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La puerta de la felicidad se abre hacia dentro

En este rincón del planeta, donde hace mucho que nuestras necesidades más básicas se cubrieron, vivimos convencidos de que alcanzaremos la felicidad en un futuro imaginario en el que disfrutaremos de algo que creemos firmemente necesitar. Quizá sea una casa con jardín o un ático en el centro de una ciudad futurista; tal vez sea una pareja estable, un coche de alta gama, unas vacaciones en el Caribe, un chihuahua, un hijo, una hija, un cuerpo perfecto o un bolso de Carolina Herrera. Algunos piensan que la felicidad, como decía Groucho Marx, “está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…”. Hace unos cuantos años, en un aula de una facultad de Ciencias de la Información, yo aspiraba a licenciarme en publicidad y atendía entusiasmada a unos profesores que me contaron, entre otras cosas, que un señor llamado Abraham Maslow, elaboró una teoría psicológica en la que se clasificaban jerárquicamente las necesidades humanas. Así, en la base de la pirámide se encontrarían las necesidades fisiológicas, luego vendrían las necesidades de seguridad, las afectivas, las de reconocimiento social y por último, las de autorrealización personal ocuparían la cúspide. Aunque esta teoría se revisó años más tarde y fue cuestionada su validez, ha sido la base en la que se han cimentado infinidad de estrategias publicitarias. Independientemente de que toda la teoría de Maslow sea aplicable o no en esta compleja sociedad, es indiscutible que cierto sentido común no le faltaba a este distinguido teórico: cuando no tienes zapatos que ponerte, poco te importa que esta temporada se lleven las andalias con plataformas, las botas camperas o las manoletinas. Pero cuando te levantas cada mañana bajo un confortable techo, tienes ropa en el armario y comida en la nevera, inconscientemente entras a formar parte de un extraño club que pareciera tener como objetivo complicarte la vida, creándote todo tipo de necesidades imaginables e inimaginables. A veces, las estrategias pueden llegar a ser tan surrealistas que podrían dejar a Dalí… a la altura de Peppa Pig. Nadie escapa. Absolutamente todos formamos parte de algún “Target”, palabra inglesa que se traduce como “público objetivo”. Es decir, somos como dianas andantes y los anunciantes nos lanzan sus dardos. Pero no cualquier dardo, saben exactamente el dardo que nos da en el centro, el que más nos va a gustar, el que más nos va a doler, el que más nos va a alegrar o a entristecer…. Esos anónimos lanzadores de dardos no se sacan de la manga sus teorías acerca de cómo darnos en la diana. Para empezar, existen unos especímenes humanos (o no) llamados “trendspotters” o prescriptores de tendencias: profesionales que, basándose en la investigación y la interpretación de las corrientes sociológicas, predicen lo que va a “imponerse” (qué curiosa palabra) en los próximos años. Pero ¿quién “impone” las tendencias, la moda, las nuevas costumbres…? Pues resulta que también hay personas que pagan a otras personas para que creen esas tendencias. Y hay miles de fórmulas para crear tendencias, aunque podría decirse que en el número uno de las cuarenta principales estaría la utilización de un prescriptor adecuado: una “autoridad” en la materia, un personaje público de reconocido prestigio, una 'celebrity' o un famosillo de poca monta…todo depende del perfil del público al que haya que venderle la moto. En esta sofisticada sociedad que entre todos hemos construido, se nos vende la felicidad por todas partes…y se nos vende una felicidad cada vez más efímera. Estamos sometidos a la tiranía de la “obsolescencia programada” (y no solamente en los productos de tecnología). La sociedad evoluciona y dicen que estamos ante un cambio de paradigma, pero es difícil discernir dónde está el genuino despertar hacia una nueva conciencia y dónde una tendencia más que el mercado de consumo sabe aprovechar para seguir sometiéndonos a la dictadura de la insatisfacción crónica. Todos conocemos a alguna de esas personas convencidísimas de estar “fuera del sistema” y que viven como hámsteres en una rueda, enganchados a terapias, cursos y talleres que les van a ayudar a ser más felices con ellas mismas. Posiblemente no puede haber ahí fuera nada ni nadie que consiga hacernos felices, porque ser feliz tal vez no sea una consecuencia de nada, ni una circunstancia. Tal vez sea una actitud o una decisión. De lo que no cabe duda es que si la felicidad tiene una puerta de entrada, seguro que se abre….hacia dentro.


http://goo.gl/InRsB9


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