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Toc, toc… ¿hay ‘alien’ ahí?

Grace Walker es una joven británica, nacida en Dubái, que hace un par de años alcanzó el estrellato en las redes sociales bajo el nombre artístico de ‘Grace Neutral’. Esta veinteañera, presentadora de televisión, modelo y artista tatuadora, destacó entre la multitud de influencers e instagramers, por su aspecto alienígena. Su medio millón de followers evidencian su éxito en la realidad virtual. Para conseguir el aspecto que la ha catapultado a la fama de los mundos ciberespaciales, esta ‘transgresora’ millennial se sometió, en su realidad física (esa que te duele si te das un coscorrón) a diferentes modificaciones corporales que compiten cada una de ellas entre sí por superarse en excentricidad y riesgo. El 90% del cuerpo de Grace está tatuado (axilas incluidas) con diseños de mandalas, figuras geométricas y personajes de Disney. También se quitó el ombligo, se bifurcó la lengua, se realizó varias escarificaciones en el rostro, se sometió a otra operación para tener las orejas puntiagudas como un elfo y, atención, se inyectó tinta azul en los ojos (entre la esclerótica y la conjuntiva) aún a riesgo de perder la visión. Todo, según ha contado en entrevistas, por superar las inseguridades que su aspecto ‘normal’ le producía siendo adolescente. Afirma que con el aspecto actual se siente más en consonancia con su autoconciencia o con su ‘esencia’. Grace se sentía como un alien y quería, por tanto, parecerse a un alien…


Otro ejemplar humano con problemas de identidad es el californiano Vinny Ohh, un joven de 22 años que ya lleva gastados unos 47.000 euros en más de cien cirugías y tratamientos estéticos. Según informa un medio digital estadounidense que viene siguiendo su proceso desde el inicio, uno de los próximos objetivos de este aspirante a inmigrante extraterrestre es deshacerse de sus órganos sexuales para lograr un cuerpo más neutral. "Quiero ser un ser híbrido, ni masculino ni femenino”, expresó durante una entrevista. “No quiero que la gente piense que quiero ser mujer. Yo podría vivir sin órganos sexuales, así que, ¿por qué tendría que tener pene o vagina? Me veo un poco como un marciano, con una cabeza muy grande, sin cejas, y últimamente estoy muy conectado con eso".


Parece ser que, con respecto a las modificaciones corporales, el único requisito es ser mayor de 18 años (aunque algunos cirujanos aceptan realizar mamoplastias a ‘niñas’ de 16 o 17 años) y el único límite lo impone la cuenta bancaria del solicitante y el sentido común, la ética o los principios y valores morales del profesional al que se acuda para realizarlas. La libertad de expresión parece que es sagrada, sobre todo cuando hay dinero (mucho dinero) de por medio. Y, por supuesto, las redes sociales y los medios de comunicación se alimentan como hienas famélicas de estos casos que se convierten en virales a la velocidad de la luz.


Me pregunto si ocurrirá algo parecido en Alfa Centauri, por ejemplo. Me imagino a uno de esos seres grises bajitos, cabezudos, de ojos enormes, camino de la clínica alienígena para someterse a cirugías que le reduzcan el cráneo y los ojos, le pongan morritos de silicona extraterrestre o le coloquen un implante nasal. Luego, me lo imagino comprándose una peluca y haciéndose ‘selfies’ para difundirlas por el ciberespacio de su planeta contado lo ‘humano’ que se siente y tal… (¿Sería eso la prueba definitiva de que no existe vida inteligente en Alfa Centauri…tampoco?).


En fin, aunque no pueda evitar el brote humorístico que surge irremediablemente (porque el tema da mucho juego) no es la intención de esta columna ridiculizar casos extremos de modificaciones corporales, de verdad que no. Más bien, el objetivo sería hacer un llamamiento a la reflexión para que nos preguntemos si no estaremos, los humanos del llamado primer mundo, errando el tiro cuando hacemos de nuestro cuerpo y de nuestra imagen el centro del universo.


Muchos atribuyen a estos casos una desbordante creatividad que necesita ser expresada. Almas artistas que buscan su lugar en el mundo. No estoy de acuerdo. Estas personas (sin entrar en el hecho de que bajo mi punto de vista, están enfermas y como tales deberían ser consideradas, respetadas y atendidas), alteran su cuerpo…no el mundo. Y si por algo se reconoce a un artista es por su obra y por el impacto que ésta deja en el mundo. Es la huella que dejas en tu entorno, no la cicatriz en tu cuerpo.


Dicen los sabios que el cuerpo es el instrumento que la vida nos regala para experimentar la existencia humana. El alma, la esencia (o como cada cual quiera llamar a esa chispa divina o necesidad de trascendencia que habita en cada uno de nosotros) se expresaría ‘a través’ del cuerpo, no ‘en’ el cuerpo. Cuando todo gira en torno al cuerpo y a su aspecto, corre el riesgo de convertir una vida en algo estéril y anecdótico. En una oportunidad perdida como existencia. Años de evolución…para la nada más estúpida. Es como si llevaras años estudiando música y cuando por fin te regalan un violín para que demuestres lo aprendido, te dedicas a ‘tunearlo’, a ponerle pegatinas con brillantina y unicornios de silicona…a cambiarle las cuerdas por hilos de seda y a cubrir las clavijas con fundas de oro, y todo en nombre de tu santa libertad de expresión. Luego, simplemente mueres sin haber emitido una sola nota. Dejas este mundo sin expresar ‘la música de tu alma’.


Como dice el gurú del marketing, Seth Odin: “No pierdas el tiempo buscando un lápiz mejor. Aprende a escribir”. El violín, el lápiz o el cuerpo funcionarán mejor si se cuidan, no cabe duda. Y es natural que nos sintamos mejor personalizando nuestros ‘instrumentos’ (una saludable dosis de ego, de orgullo y dignidad, pueden ser muy útiles), pero será lo que hagamos, serán los hechos, los que marcarán siempre la diferencia. Porque no es lo mismo un hermoso violín que una hermosa melodía. No es lo mismo un lápiz extraordinario, que un dibujo magistral o un texto sublime. Y, por supuesto, nunca será lo mismo un cuerpo extraordinario que una persona extraordinaria.



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